- Ya no te quiero – dijo dándose la vuelta.
- Mentiroso…- respondió ella muy segura de sí misma.
Él notó esos ojos clavándose en su nuca, pero no quiso girarse, pues sabía que en el momento en que sus miradas se cruzasen, él quedaría indefenso antes sus sentimientos. Ella se acercaba a él, tocó sus brazos con la punta de sus dedos, tocó con una mano su nuca. Asaltó su cuello sin permiso, dejando un camino de besos, llegó hasta la oreja donde volvió a susurrar.
- Mentiroso…
Él se estremeció, cerró los ojos, apretó las manos y se mordió los labios. No solo quería, sino que hoy la amaba más que nunca. Ella lo miraba con deseo cual león hambriento vigila a su presa, y despacito se colocó frente a él, cara a cara. Sus miradas se cruzaron y el corazón de él se derretía a cada segundo. Ahora había silencio, se miraban y conversaban sin palabras y su único testigo era la cálida brisa de una tarde de verano. Ella sintió un impulso, el mismo impulso que siente el león antes de morder la yugular de su presa. Alargó el brazo y agarró la hebilla del cinturón de él y tirando con fuerza hacia ella, los dos acabaron en un apasionado beso de dulces segundos.
- Dime ahora que no me quieres…- dijo ella con una sonrisa pícara en los labios.
- Mañana dejaré de quererte, pero hoy, ¡cállate y bésame!